Todas las mañanas del mundo, o el dolor de ser

Simón Rodríguez Porras


"A todos, en algún momento, se nos ha revelado nuestra existencia como algo particular, intransferible y precioso. Casi siempre esta revelación se sitúa en la adolescencia. El descubrimiento de nosotros mismos se manifiesta como un sabernos solos; entre el mundo y nosotros se abre una impalpable, transparente muralla: la de nuestra conciencia… El adolescente se asombra de ser. Y al pasmo sucede la reflexión: inclinado sobre el río de su conciencia se pregunta si ese rostro que aflora lentamente del fondo, deformado por el agua, es el suyo. La singularidad de ser- pura sensación en el niño- se transforma en problema y pregunta, en conciencia interrogante." (Octavio Paz, El laberinto de la soledad)


Marin Marais se descubre adolescente en un momento de pérdida, la pérdida de su voz de niño. Por el horror al trabajo, la pérdida de la fina voz, único medio para escapar del destino del padre zapatero, significa la pérdida de su posibilidad de ser: un destino propio. No hay oportunidad de cuestionar el rostro que nos devuelve el espejo de agua: la identidad del joven se afirma en el ejercicio de la voluntad, la voluntad de ser otro. El virtuosismo musical, más que exaltación de la virtud, lo es de la voluntad. El joven Marais no tiene la oportunidad de encontrarse a sí mismo; antes debe construirse por oposición al oficio de su padre. Su talento innato le permite este escape. Luego, toda su vida será escape, escape de sí mismo. Su arte se proyecta hacia afuera, es un arte para la corte, para el mundo en el que se posicionan los privilegios. En ese mundo nace y en él muere. No es un arte del misterio. Esto es lo que su maestro, el consagrado Saint Colombe, advierte. Cuando el viejo maestro le pregunta sobre el sentido de la música, no espera una respuesta, de las que Marais ofrece muchas, sino que el cuestionamiento cale en Marais. Sólo al final de su vida, frente a un grupo de sus alumnos y admiradores, en el palacio de las vanidades, Marais se enfrenta a sí mismo. Cuestiona la sustancia misma de lo que ha sido y hecho. Extrañado de sí durante toda una vida, cuya obra estuvo al servicio de unos fines externos a ella misma, Marais vuelve sobre sí a través de la lección de vida de Saint Colombe. Se reencuentra en el punto de partida de una búsqueda para la cual su adolescencia no ofreció oportunidad, y descubre el dolor de ser: alma del arte verdadero.

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