A Bolivia, en la hora de los perros guardianes

Simón Rodríguez Porras

En Venezuela conocemos bien el comportamiento de la clase media que hace masa para la causa de la burguesía. Nunca formará parte de esa reducida clase parasitaria, pero aspira a ascender a ella. Mientras que esperan la alquimia social, los perros guardianes del viejo orden se contentan con imitar los gestos y los modales de los grandes propietarios: el racismo, la hipocresía, el culto necrofílico a la violencia tras el velo de la urbanidad democrática.
En Bolivia es la hora del terrorismo pequeño burgués, las bandas fascistas juveniles y los profesionales del crimen. Los mandaderos de la oligarquía alternan las "huelgas de hambre" con linchamientos fascistas en las plazas de la Media Luna; marcan las casas de los condenados a "muerte civil"; para sus emblemas ponen bombas en la sede de la Central Obrera Boliviana, incendian la casa de un diputado del MAS en Santa Cruz. Planifican el descuartizamiento del país más pobre de Suramérica en castigo a lo que Henry Kissinger llamó "la irresponsabilidad del pueblo", refiriéndose al Chile de Allende. El castigo que se le aplica al pueblo boliviano es la venganza de los poderosos por lo que lleva de este siglo en lucha por la reapropiación democrática de los recursos naturales. En este tiempo cayeron varios gobiernos como el del gringo Goni y surgió un gobierno presidido por un indígena izquierdista.

También hemos padecido los métodos de la propaganda fascista, su utilización del terror y los autoatentados con un cinismo macabro.
Conocemos ese racismo rabioso y cobarde común a los reaccionarios de ambas latitudes. Aquí nos dicen monos, allá nos dicen llamas. Sabemos de plazas tomadas en las que se lincha al que no sea suficientemente blanco, como a Elsa Morales en la Plaza Altamira, el espectáculo cotidiano de la violencia que la derecha boliviana llama "cívica". "Cívicos" se hacían llamar quienes en Venezuela organizaron y ejecutaron el peor sabotaje económico contra el país en el último siglo. Aquí los fascistas también marcan las casas. Sabemos de terrorismo juvenil al servicio de oligarquías seniles.
Los reaccionarios de Venezuela en Bolivia serían autonomistas.
Pero, sobre todo, nuestra lucha también es la misma. Aunque estos gobiernos se empeñen en no asumir al enemigo, nuestros pueblos son los que hacen la historia. Que los privilegiados de siempre no se sigan equivocando. A este siglo no entramos agachados.

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