¿Por qué Chávez y Fidel apoyan a Kadafi?



Chávez condecorando a Kadafi
Simón Rodríguez Porras

Mayo 2011

Desde comienzos de este año, una poderosa ola revolucionaria ha hecho tambalearse a prácticamente todas las dictaduras del Mahgreb y el Oriente Medio, impactando los cimientos de la dominación yanqui y europea sobre el mundo árabe. Tan importante ha sido la explosión de este proceso de movilización revolucionaria, que su ola expansiva ha hecho mella en el prestigio de dirigentes latinoamericanos que se reivindican revolucionarios y antiimperialistas, como es el caso de Hugo Chávez, Evo Morales, y el propio Fidel Castro, ya que se han colocado de espaldas a los pueblos árabes que luchan.

No es posible entender de qué manera un pequeño comerciante desesperado que se inmoló en Túnez se convirtió en el detonante de la actual situación, sin considerar un marco histórico que incluye la espectacular derrota imperialista a manos de la resistencia iraquí, el fracaso de la invasiones sionistas a El Líbano y Gaza en 2006 y 2009, y el fracaso militar del imperialismo en Afganistán. A este cuadro, que revela la decadencia de la dominación imperialista y un auge de las luchas de los pueblos árabes, se sumó una crisis económica mundial cobrada a las masas árabes a través de planes de ajuste, alzas insoportables en los precios de los alimentos y tasas de desempleo a niveles desesperantes. La masiva protesta saharaui en el Sáhara ocupado por la monarquía marroquí, en diciembre de 2010, pese a ser aplastada brutalmente por los esbirros de Mohamed VI con el apoyo político del subimperialismo español, también fue una campanada temprana del actual proceso revolucionario árabe.

Mientras que la socialdemocracia agrupada en la Internacional Socialista amparaba a las dictaduras de Egipto y Túnez, al afiliar a los partidos políticos de Mubarak y Ben Alí, para nadie era un secreto que se trataba de regímenes dictatoriales con más de dos décadas al servicio del imperialismo y el sionismo. El aberrante oportunismo socialdemócrata no podría sorprender a nadie. En cambio sí sorprendió el silencio de los gobiernos de Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador frente las revoluciones en Túnez y Egipto. La periodista Alma Allende, cuyos relatos sobre la revolución tunecina constituyen testimonios de primera importancia, destaca en sus trabajos la incredulidad de la izquierda tunecina ante el silencio del presidente venezolano y su posterior alineación con los dictadores. Efectivamente, ante el triunfo de la revolución tunecina y la consolidación de la Plaza Tahrir como bastión del pueblo revolucionario egipcio, la reacción de Chávez fue comunicarse telefónicamente con Muammar Kadafi de Libia y Bashir Al Assad de Siria, dos dictadores que ya colocaban sus barbas en remojo. La posición de Kadafi fue de apoyo incondicional al dictador tunecino Ben Alí, a quien ofreció refugio una vez defenestrado, y de condena al movimiento popular egipcio. Cuando arreció la represión contra los manifestantes de la Plaza Tahrir, a comienzos de febrero, Chávez llamó a resolver el conflicto “en el marco de las leyes” egipcias, brindándole un espaldarazo a la institucionalidad dictatorial de Mubarak.

Ya en la segunda semana de febrero había caído la dictadura egipcia, en un proceso en el que cobró relevancia una ola de huelgas y ocupaciones de fábricas por parte de los trabajadores. El débil gobierno interino tunecino que sucedió a Ben Alí cambiaba de ministros y balbuceaba consignas a favor del retorno al orden, mientras las calles seguían en manos de los comités revolucionarios. Estallaban Yemen, Argelia, Libia, Jordania, Marruecos, Bahrein y Siria. No hubo una sola palabra de solidaridad para los pueblos árabes movilizados y sus reivindicaciones democráticas por parte del reformismo latinoamericano. Y ante la guerra civil libia, Chávez y Fidel optaron por colocarse abiertamente en contra de la revolución árabe. El prestigio de Chávez ante las masas árabes por la ruptura de relaciones con Israel, en el marco de la invasión a Gaza, fue colocado al servicio de la contrarrevolución.

Kadafi y Chávez

Chávez es desde hace varios años un aliado de Kadafi. En 2009 le condecoró y obsequió una réplica de la espada del Libertador, comparando al dictador libio con Bolívar. Chávez fue obsequiado con un doctorado honoris causa en Trípoli, y aprovechó la ocasión para deshacerse en elogios al pastiche reformista del “Libro Verde”, admitiendo que se trata de una fuente de inspiración para sus propias formulaciones. La alianza en sí no es extraña para Chávez, quien cuenta entre sus más estrechos aliados a los estalinistas burgueses chinos, a Lukashenko de Bielorrusia, a la dictadura teocrática de Irán, y a un Daniel Ortega que gobierna junto con los jefes de la Contra nicaragüense. Más recientemente, ha pactado una alianza con el ultraderechista presidente colombiano, Juan Manuel Santos, a quien considera su “nuevo mejor amigo”.

La revuelta popular en Libia fue reprimida con un salvajismo tal que derivó en un conflicto armado y en el resquebrajamiento de las fuerzas armadas, así como la deserción de varios ministros y diplomáticos. Los gobiernos de Cuba y Venezuela asumieron una defensa diplomática frenética de las barbaridades cometidas por la dictadura libia (Chávez aseguró que no había pruebas de la responsabilidad de Kadafi en las masacres), al tiempo que el dictador invocaba el apoyo imperialista, alegando que se enfrentaba a jóvenes drogados y armados por Al Qaeda. Mientras el intento de aplastar la rebelión con métodos de guerra civil fracasaba y las fuerzas rebeldes avanzaban ocupando la mayoría de las ciudades libias, el dictador libio lamentaba haber sido abandonado por los gobiernos de Europa y EEUU, y les recordaba el papel de Libia como cárcel de inmigrantes africanos, amenazando con abrir sus compuertas e “inundar” a Europa con inmigrantes ilegales. De manera cónsona, Chávez planteaba una mediación “de paz”, y proponía que el ex presidente yanqui Jimmy Carter la encabezara. Es importante contrastar estos llamados a la intervención imperialista por parte de Chávez y Kadafi, cuando la situación se tornaba más desesperada para el déspota libio, con sus actuales poses antiimperialistas.

La intervención imperialista

Fidel Castro, en su columna “Reflexiones” del 4 de marzo, explica que las relaciones entre Kadafi y el imperialismo eran “excelentes” antes de las revoluciones en Egipto y Túnez. Castro explica que el régimen libio ha privatizado el petróleo y varias empresas públicas de importancia y que su gobierno cooperaba estrechamente con la Otan. Esta realidad, reconocida por Fidel Castro, echa por tierra los alegatos patéticos de Chávez cuando asegura que el imperialismo interviene para “apoderarse del petróleo libio”. Hace años que las transnacionales imperialistas se apoderaron del negocio petrolero libio.

El reformismo latinoamericano se niega a apoyar al proceso revolucionario árabe y plantea que se trata de un movimiento en gran medida patrocinado por el imperialismo para reforzar su dominio en la región (tal y como afirma el Partido Comunista de Venezuela en su Proyecto de Línea Política para el XIV Congreso). Los hechos han demostrado que se trata de un proceso que ha derribado a estrechos aliados del imperialismo. Fidel contradice a Chávez en lo que se refiere al pillaje del petróleo como móvil de la intervención de la Otan. Ahora bien, ¿qué busca la intervención imperialista, autorizada por la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU?

La política del imperialismo hacia Libia no puede ser examinada únicamente a partir del inicio de los bombardeos. Desde que Kadafi intenta aplastar la rebelión popular a través de una sangrienta contrarrevolución y se produce el enfrentamiento armado, el imperialismo ha procurado evitar un triunfo de la insurgencia. Ha aplicado un embargo de armas que ha perjudicado principalmente a los rebeldes, mientras que las fuerzas de Kadafi se encuentran fuertemente apertrechadas con armamento sofisticado suministrado por sus socios europeos. A través de Israel y otros países aliados en la región se le ha suministrado miles de mercenarios a la dictadura, los cuales se convirtieron en su principal fuerza. Los petrodólares imperialistas fluyeron de manera constante a las arcas del régimen mientras se desarrollaban las más alucinantes masacres y el propio Kadafi vociferaba que liquidaría a sus opositores cazándolos “casa por casa”.

Contando con este apoyo, la dictadura pudo revertir la marea de la guerra contra las fuerzas inexpertas y mal dotadas de la revolución libia. Los capitalistas respiran con mayor tranquilidad al alejarse la posibilidad de una revolución triunfante cuya dirigencia había proclamado que nacionalizaría el petróleo. No obstante, quedaba claro que Kadafi había dejado de ser garante de la gobernabilidad burguesa y de la seguridad de los negocios imperialistas en el país. Para conjurar la posibilidad de un conflicto prolongado, el Consejo de Seguridad de la ONU vota un plan militar bajo la consigna cínica de “proteger a los civiles”, pero cuyo verdadero propósito es forzar una salida negociada al conflicto que garantice los intereses del imperialismo en Libia, y al mismo tiempo escarmentar al conjunto de los pueblos árabes que se rebelan contra sus gobiernos autoritarios y corruptos. Los bombardeos contra fuerzas rebeldes por parte de la Otan, los esfuerzos de la ONU por forzar a los rebeldes a hacer propuestas de diálogo a Kadafi, y las declaraciones de los responsables de la intervención, en las que sentencian que la única salida al conflicto es la negociación, corroboran el papel reaccionario de la intervención yanqui y europea. Además, la intervención intenta apuntalar a lo más retrógrado de la dirección rebelde, y ya un sector ha declarado su disposición a respetar los acuerdos internacionales suscritos por Kadafi, en otras palabras mantener las concesiones petroleras en manos de las transnacionales.

Los revolucionarios condenamos los bombardeos de la Otan, pues forman parte de una política que tiene por objetivo acorralar a la revolución libia y liquidarla en la mesa de negociaciones. Junto con la invasión de Bahrein por parte de las fuerzas de la monarquía saudí, forma parte del intento de colocar un dique invasor frente a los pueblos árabes insurrectos. La única manera de derrotar a la dictadura y poner fin a la intervención es a través de la solidaridad internacionalista de los pueblos árabes, especialmente los de Egipto y Túnez, que deben brindar armamento y voluntarios a las fuerzas rebeldes.

¿Por qué Chávez y Fidel no apoyan a los pueblos árabes?

Para muchos resulta inexplicable que Chávez y Fidel apoyen a un sanguinario contrarrevolucionario como Kadafi, que abandonó el nacionalismo burgués de inspiración nasserista de sus primeros años para convertirse en un incondicional aliado de EEUU y Europa.

La clave de esa orientación está en la política interna. Mientras que Cuba ha avanzado en las últimas dos décadas en el desmontaje de las conquistas sociales de la revolución y ha involucionado hacia una economía de empresas mixtas con inversiones europeas, canadienses e israelíes, Venezuela por su parte ha entregado sus yacimientos petrolíferos a Chevron, Total, Eni, Repsol, y otras transnacionales, por la vía de las empresas mixtas. Para estos gobiernos, que aplican duros planes de ajuste para descargar sobre el pueblo los efectos de la crisis económica mundial, resulta peligroso el ejemplo de los pueblos árabes alzados en demanda de derechos democráticos y por reivindicaciones sociales como la congelación de los precios de los alimentos, aumentos salariales y fin al desempleo.

América Latina no escapa a la crisis. En Bolivia, los trabajadores también se han alzado en huelgas y movilizaciones exigiendo aumentos salariales, y la respuesta de Evo Morales ha sido utilizar las fuerzas policiales y pedir a los trabajadores “pensar en la Patria y no en sus propios intereses”. En Cuba, el Congreso del Partido Comunista ha aprobado la eliminación paulatina de la libreta de consumo de alimentos, privando de un importante subsidio a la población, y ha comenzado a ejecutarse el despido de un millón de trabajadores del sector público. En Venezuela la inflación y una devaluación monetaria del 100% en los últimos dos años corroen los salarios y condenan a la miseria a millones de personas; los trabajadores, campesinos e indígenas que luchan por sus derechos son criminalizados. Chávez, Fidel y Evo están en contra de la revolución árabe porque están en contra de la revolución en sus propios países, apoyan regímenes capitalistas autoritarios porque son el espejo en el que aspiran a reflejarse. Pero tanto en el mundo árabe como en Latinoamérica, la última palabra la tendrán los pueblos.

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