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Represión en las jornadas de julio |
Por:
Simón Rodríguez Porras
Se cumplían cuatro meses de una situación explosiva de
doble poder luego de la caída del Zar: la coexistencia entre un gobierno
provisional y el Consejo de Diputados de Obreros y Soldados, el famoso Soviet,
la poderosa instancia de autoorganización del pueblo trabajador ruso. En junio
ese precario equilibrio de fuerzas se modifica, presagiando las jornadas
decisivas que sellarían en los meses siguientes el primer triunfo de una
revolución obrera en el mundo.
El país estaba arrasado por la guerra. El
desabastecimiento y la inflación azotaban a la población. El gobierno
provisional estaba empantanado entre su incapacidad para atender a las
exigencias de un movimiento obrero movilizado y con una intensa actividad
huelguística por un lado, y por el otro una guerra que seguía perdiendo a pesar
de los ingentes esfuerzos y sacrificios impuestos a la población. Tercamente,
el gobierno provisional insistía en lanzar una nueva ofensiva contra los
alemanes, pero en una situación extraordinaria: por su extrema debilidad,
requería la aprobación del Consejo de los Soviets para poder llevarla a cabo,
ya que la guarnición de Petrogrado no obedecía a sus superiores jerárquicos
sino que se subordinaba al poder de los soviets.
En abril ya habían ocurrido grandes confrontaciones
entre los trabajadores y el gobierno provisional del príncipe Lvov, ante el
intento fallido de enviar más tropas al frente. El gobierno negoció con el
Soviet, dirigido por el menchevismo y los socialrevolucionarios, el nombramiento
de seis ministros “obreros” y renunció el ministro Miliukov, dirigente del
partido burgués liberal de los kadetes.
Lenin había vuelto del exilio en abril y reordenaba
políticamente al partido bolchevique para la toma del poder, coincidiendo con
las tesis de Trotsky, quien desde 1905 planteaba que correspondía a los
trabajadores encabezar una alianza con el campesinado mayoritario para tomar el
poder, pese al relativo atraso del capitalismo ruso. En mayo regresa el propio
Trotsky y se inician las conversaciones para la integración de su organización
en el partido bolchevique.
Lenin observaba que, si bien los obreros ya comenzaban
a desconfiar del gobierno encabezado por Lvov y exigían (y lograban) la
renuncia de Miliukov, todavía confiaban en que, con el ingreso de ministros de
los partidos “obreros y campesinos”, la situación cambiaría. Para dar cuenta de
este estado de ánimo de las masas, los bolcheviques lanzan la consigna “¡Abajo
los diez ministros capitalistas!”.
Presionados por su organización militar, que temía ser
dispersada en los distintos puntos del frente de guerra, los bolcheviques
intentaron promover, en el marco del 1er Congreso de los Soviets de toda Rusia,
la convocatoria a una movilización en Petrogrado. Una asamblea de
organizaciones barriales la convocó para el 10 de junio y adhirieron los
comités de fábrica. El Comité Ejecutivo del Congreso de los Soviets intentó
disuadir a los bolcheviques de realizar la marcha y al no lograrlo se declaró
al Congreso en sesión permanente, dictando una prohibición de toda protesta por
tres días. Irónicamente, fue una nueva demostración de que el poder real lo
ejercían los soviets, no el gobierno, y que solo con medidas extremas se podía
contrarrestar la creciente influencia de los bolcheviques entre los trabajadores.
Presionada, la mayoría del Congreso aprobó la
realización el 18 de junio de una marcha en defensa de la democracia. La
participación resultó masiva, alrededor de cuatrocientas mil personas se
movilizaron, en su gran mayoría trabajadores, pero lo distintivo es que
dominaron claramente las pancartas con las consignas de los bolcheviques:
“Abajo los diez ministros capitalistas” y “Todo el poder a los soviets”. En
términos electorales esto se había reflejado en las elecciones municipales en
el barrio de Viborg, donde los bolcheviques habían obtenido la mayoría pocos
días antes, por encima de mencheviques y kadetes. En Moscú, Kiev, Charkov,
Yekaterinoslav y otras ciudades hubo réplicas menores de esta gran jornada de
movilización.
“Los últimos días de junio se caracterizan por un
estado constante de efervescencia. El regimiento de Ametralladoras está
dispuesto a lanzarse inmediatamente al ataque contra el gobierno provisional.
Los huelguistas recorren los cuarteles invitando a los soldados a echarse a la
calle […] Ninguno de los bandos se decide a emprender la ofensiva: la reacción
es demasiado débil y la revolución no tiene aún una confianza absoluta en sus
fuerzas. Pero tal parece que las calles de la ciudad están regadas con materias
explosivas. Flota en el ambiente la inminencia del choque. La prensa
bolchevique explica y frena. La prensa patriótica exterioriza su inquietud
lanzándose a una campaña desenfrenada contra los bolcheviques”, así describe
Trotsky en su Historia de la Revolución Rusa la atmósfera reinante.
Lvov tenía sus días contados, cayó y fue sustituido
por Kerensky luego de las jornadas de julio, en que miles salieron a luchar
espontáneamente contra el gobierno y los bolcheviques se vieron forzados a
colocarse a la cabeza pese a considerar la insurrección como prematura. La
persecución contra el bolchevismo arreció, se lo calumniaba por supuestamente
hacerle el juego a la contrarrevolución y al imperialismo alemán. Este hecho
–junto con la preparación de un golpe contra el gobierno por parte del
comandante Kornilov, que sería derrotado con la destacada participación de los
bolcheviques-, los analizaremos en próximas entregas. Se precipitaban las
luchas que desembocarían en la gran revolución de octubre.
El
primer Congreso de los soviets de toda Rusia
Los soviets surgieron en 1905, como asambleas de
delegados cuyo órgano central dirigió las dos grandes huelgas generales de ese
año. Aunque fueron disueltos, dejaron su impronta en la tradición del movimiento
obrero y la izquierda revolucionaria, siendo reorganizados en 1917, en el marco
de la revolución de febrero, e integrados fundamentalmente por trabajadores y
soldados. Los soviets de campesinos, más atrasados políticamente, no se
vincularían a los soviets obreros hasta la revolución de octubre. El 3 de junio
se realizó en Petrogrado el primer Congreso de los Soviets, en el que
participaron 820 delegados con voz y voto en representación de asambleas de más
de 25 mil miembros y 268 con voz pero sin voto en representación de soviets
menos numerosos. Se calcula que el Congreso representaba a unas 20 millones de
personas. Los mencheviques y social revolucionarios contaban con más de la
mitad de los delegados.
El debate central versaba sobre la cuestión de si el
gobierno debía responder a las orientaciones de los imperialistas o de los
trabajadores. La mayoría reformista se impuso: el Congreso aprobó la ofensiva
militar que exigía el gobierno, dejó la cuestión de la autodeterminación de las
naciones bajo el yugo zarista para que lo resolviera una futura Asamblea
Constituyente, e incluso se negó a votar un decreto sobre la jornada laboral de
ocho horas.
La dirigencia mayoritariamente reformista del Soviet,
que procuraba brindarle soporte al gobierno burgués, intentó convocar una
movilización para legitimar su política, pero sufrió una importante derrota en
la masiva jornada del 18 de junio. Los bolcheviques, al aceptar la suspensión
de su propia convocatoria para el 10 de junio y decidirse por disputar la
marcha del 18, dieron una magistral lección de táctica en el enfrentamiento a
una dirigencia conciliadora y traidora del movimiento obrero. Evidenciaron que
su política era la que mejor reflejaba el estado de ánimo y las exigencias de
los trabajadores de Petrogrado, dejando en claro que estaban en condiciones de
convertirse en la dirección política que requería la revolución obrera en
ciernes.
Las
Jornadas de Julio
El gobierno provisional ruso, autodenominado
“revolucionario”, de Lvov y Kerensky pudo aplastar la desorganizada y prematura
rebelión de los soldados y trabajadores, inclinando la balanza a favor de la
contrarrevolución. Pero este revés tuvo un profundo impacto y fue decisivo para
que miles se convencieran de que la política bolchevique era la correcta y que
la única salida era la revolución obrera.
“Por todas partes, en todos los rincones, en el
Soviet, en el palacio Marinski, en las casas particulares, en las plazas y en
los bulevares, en los cuarteles y en las fábricas, se hablaba insistentemente
de acciones que tendrían lugar de un momento a otro... Nadie sabía
concretamente quién se echaría a la calle, ni cómo ni cuándo. Pero la ciudad
tenía la sensación de hallarse en vísperas de una explosión”*. Así describía el
dirigente menchevique Sujanov en sus memorias el ambiente de Petrogrado durante
los días que antecedieron al estallido, posteriormente conocido como las
Jornadas de Julio.
El desastre económico empeoraba día a día, con una
terrible inflación y una acelerada devaluación del rublo. Burlonamente, los
nuevos billetes que simbolizaban esta degradación serían popularmente llamados
“kerenskys”. La burguesía acobardada por la incertidumbre cerraba fábricas, la
desinversión estatal hacía estragos en las comunicaciones y el transporte, el
desabastecimiento de alimentos era cada vez peor. La vida política de Rusia
evolucionaba hacia choques cada vez más violentos entre el débil régimen
burgués y las organizaciones obreras y populares, fuerzas que configuraban el
precario equilibrio de un doble poder. En el frente de guerra era común que las
tropas se negaran a acatar órdenes y regimientos completos eran disueltos. El
gobierno empezaba a reprimir a los campesinos que tomaban tierras, mientras
imploraba a las masas esperar a la asamblea constituyente que debía conformarse
el 17 de septiembre. El 2 de julio renunciaron los ministros liberales del
partido de los kadetes para presionar por una salida de fuerza.
En el campo de los trabajadores y los sectores
populares, quienes más pujaban por una confrontación con el gobierno eran las
asambleas de soldados, bajo la permanente amenaza de ser enviados a una muerte
casi segura en el frente de guerra. La última ofensiva militar rusa había
fracasado estrepitosamente, con más de 70.000 muertos. Los soldados ya habían
presionado al comité militar de los bolcheviques por la realización de la
movilización del 10 de junio prohibida por la dirección reformista del Congreso
de los Soviets de toda Rusia. La mayoría menchevique y socialrevolucionaria del
Congreso que luego hizo su propia convocatoria de movilización para el 18, vio
horrorizada cómo se convertía en una jornada de masivo cuestionamiento al
gobierno.
La tarde del 3 de julio, una explosiva asamblea del
regimiento de ametralladoras decidió lanzarse al asalto armado del poder para
imponer al Soviet la formación de un gobierno propio sin ministros burgueses.
Distribuyó armas a miles de soldados y recabó camiones en las fábricas circundantes.
Los amotinados clamaban que no irían al frente el día siguiente, como estaba
programado, para pelear contra los trabajadores alemanes, sino que dirigirían
sus armas contra los capitalistas rusos. Desde el barrio obrero de Viborg miles
de trabajadores marcharon al final de la tarde al Palacio de Táurida, donde se
realizó una gran concentración. Al no poder contener el estallido, los
bolcheviques se apresuraron a colocarse a la cabeza para evitar un
enfrentamiento armado. El día siguiente, su consigna era “levantamiento armado
no, demostración armada sí”. A pesar de estos esfuerzos, los choques armados
ocurrieron y las tropas oficialistas asesinaron a unas 400 personas.
Lvov renuncia como primer ministro y se lanza una
feroz persecución contra los dirigentes bolcheviques. Terminaba de quedar claro
para miles de trabajadores el total compromiso del reformismo menchevique y
socialrevolucionario con la represión gubernamental. En el discurso oficial,
los obreros insurrectos eran calificados como “traidores a la revolución”, a
los bolcheviques se los acusó de ser agentes del imperialismo alemán. Trotsky,
Kamenev y Alexandra Kollontai fueron encarcelados; Lenin y Zinoviev pasaron a
la total clandestinidad, la prensa bolchevique fue ilegalizada. Pese a todo, los
bolcheviques se fortalecieron en la adversidad: ganaron la mayoría en la
sección obrera del Soviet de Petrogrado. Al realizar su sexto congreso, “de
unificación”, a fines de julio, se integraron al partido varias corrientes
independientes, la más importante de las cuales era el Comité Interdistrital
dirigido por Trotsky, quien fue elegido al comité central, con una de las
votaciones más altas pese a estar preso. El abismo político entre las
direcciones reformistas mayoritarias de los soviets y el ánimo revolucionario
de los trabajadores y soldados llevó a la dirección bolchevique a considerar en
este congreso la toma del poder mediante otras organizaciones, como los comités
de fábrica.
Comentaba Trotsky, quince años después de las Jornadas
de Julio: “Los conciliadores habían perdido la confianza de los obreros y los
soldados. El choque entre los partidos dirigentes de los soviets y las masas
soviéticas era ya inevitable. Después de la manifestación del 28 de junio, que
fue una contrastación pacífica de los efectivos de las dos revoluciones, la
pugna irreductible entre una y otra tenía que tomar inexorablemente un carácter
declarado y violento. Así surgieron las Jornadas de Julio… Pero en este
‘triunfo’ obtenido en julio por los conciliadores sobre los bolcheviques, fue
precisamente donde se puso de manifiesto, en toda su magnitud, la impotencia de
la ‘democracia’. Los demócratas viéronse obligados a lanzar contra los obreros
y los soldados a tropas abiertamente contrarrevolucionarias, enemigas no sólo
de los bolcheviques, sino también de los soviets: el comité ejecutivo (del
soviet) no contaba ya con tropas propias”. En este nuevo marco, se rearmaban
políticamente los revolucionarios y se preparaban para la batalla decisiva, de
cuya inevitabilidad las Jornadas de Julio habían sido una contundente
advertencia.
Los
bolcheviques se repusieron rápidamente de la batalla perdida
En su célebre obra “Diez días que estremecieron al
mundo”, John Reed comenta esos meses de vorágine que condujeron a las Jornadas
de Julio y cómo la represión no fue suficiente para derrotar a los trabajadores
y al bolchevismo: “Desde febrero de 1917, en que la multitud de obreros y
soldados que venía como un mar embravecido a azotar contra los muros del
Palacio de Táurida había obligado a la Duma imperial a asumir contra su gusto
el poder supremo, fueron las masas populares, obreros, soldados y campesinos
los que imprimieron todos estos cambios en la dirección de la revolución.
Fueron también ellas quienes derribaron al ministro
Miliukov, y fue su soviet quien lanzó al mundo los términos de la paz rusa: ni
anexiones ni indemnizaciones; derecho de los pueblos a disponer de sí mismos. Y
en julio, fue el proletariado quien, en una sublevación espontánea, tomó el
Palacio de Táurida y exigió que los soviets asumieran el gobierno de Rusia. Los
bolcheviques que entonces no eran más que un pequeño grupo político, se
pusieron a la cabeza del movimiento. Fracasó éste, de manera desastrosa, y la
opinión pública se volvió contra ellos. Sus tropas, desprovistas de jefes, se
acogieron al barrio de Viborg, el Saint-Antoine petersburgués. Comenzó entonces
la caza despiadada de bolcheviques. Se encarceló a varios centenares, entre
ellos Trotsky, Alejandra Kollontai y Kamenev. Lenin y Zinoviev tuvieron que
esconderse para escapar de la Justicia. Quedaron suspendidos los periódicos del
partido. Provocadores y reaccionarios acusaron a los bolcheviques de ser
agentes de Alemania, y tanto insistieron en ello, que el mundo entero acabó por
creerlo.
Pero el gobierno provisional se vio en la
imposibilidad de fundamentar sus acusaciones. Se reveló que los documentos que
habían de probar la inteligencia con Alemania eran falsos. Los bolcheviques,
uno por uno, fueron puestos en libertad sin sentencia, bajo fianza ficticia o
simplemente sin fianza, con excepción de seis de ellos. La impotencia y la
indecisión de este gobierno en perpetuo reajuste proporcionaban a los
bolcheviques un argumento irrefutable. No tardaron, pues, de nuevo, en hacer
resonar entre las masas su grito de guerra: "¡Todo el poder a los
soviets!”
* Historia de la Revolución Rusa, León Trotksy, 1932.
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