Ponencia en el Primer Encuentro Académico Internacional León Trotsky de La Habana

La vigencia de la IV Internacional en el Siglo XXI 

Felicito la audacia y el tenaz esfuerzo de los organizadores de este evento. Existe un creciente interés por la vida y obra de Trotsky, especialmente en países donde hasta hace relativamente poco había sido difícil acceder a sus escritos. Un indicio de ello es la edición reciente de traducciones al chino de los principales trabajos de Trotsky. La realización de este evento académico forma parte de ese renovado interés. 

Como tesista de maestría de la Universidad Simón Bolívar en Caracas, mi trabajo versa sobre la cuestión del realismo socialista musical bajo el estalinismo, un ámbito en el que se muestra la arbitrariedad, la vulgarización y distorsión extrema del marxismo por parte del estalinismo. Hoy voy a hablar brevemente de otro tema, pensando especialmente en el público joven cubano para el cual quisiera ofrecer una posible lectura de lo que significa ser trotskista actualmente, a través de una interpretación de la vigencia del proyecto de la IV Internacional. Resulta además razonable, en un examen del legado teórico y político del dirigente revolucionario, abordar la validez actual de lo que él mismo consideró la obra más importante de su vida: la construcción de la IV Internacional. 

Ubicada por sus fundadores en la sucesión iniciada por la Asociación Internacional de los Trabajadores, disuelta luego de la derrota de la Comuna de París; la Internacional Socialista o segunda internacional, dividida y considerada por los marxistas revolucionarios como política y moralmente en bancarrota luego de su aval a la Gran Guerra, que fue directamente un abandono del internacionalismo; y la Internacional Comunista, de la que la oposición de izquierda encabezada por Trotsky decide separarse, dándola por agotada, luego de la desastrosa política del estalinismo que auxilió el ascenso del nazismo al poder. Menos de un año después de la fundación de la IV Internacional, se firmaría el infame pacto Molotov-Ribbentrop. 

Nuevamente la cuestión del internacionalismo, de la necesaria solidaridad de las luchas revolucionarias de los trabajadores del mundo era decisiva. La burocracia soviética había adoptado la tesis de la excepcionalidad de la URSS y de la posibilidad de “construir el socialismo en un solo país”, convirtiendo a la Internacional Comunista en un mero apéndice de esa política fundamentada sobre un mesianismo nacional. Una anécdota que ilustra esa degradación la solía narrar el dirigente trotskista Nahuel Moreno, quien recién enterado en Buenos Aires del acuerdo entre Stalin y Hitler en 1939 denunció este hecho en una asamblea de debate en la que participaban militantes judíos del partido comunista, los cuales se retiraron. Luego regresaron para argumentar que había grandes exageraciones y calumnias en la denuncia del antisemitismo y la represión llevada a cabo por el gobierno alemán. A ese punto había degradado el estalinismo a la Internacional Comunista, convirtiendo a los partidos miembros en una suerte de embajadas que replicaban el discurso oficial dictado por la burocracia de la URSS y adaptaban su política en cada uno de los países no a las necesidades de los trabajadores y sectores oprimidos, al desarrollo de sus luchas en pos de la revolución socialista, sino a las necesidades de la casta burocrática soviética. No podía ser de otra forma, pues la política externa es una extensión de la política interna. 

La IV Internacional retomaba la tradición internacionalista. Existe evidencia de que este debate fue el que más preocupaba a Stalin al momento de ordenar el asesinato de Trotsky. Y ante la contrarrevolución burocrática encabezada por Stalin en la URSS, la IV Internacional planteaba la necesidad de una revolución política que restableciera la democracia obrera y eliminara a una casta burocrática a tal punto socialmente diferenciada que ya era popular el término sovbur o burgués soviético para referirse a ella en Rusia. 

Otras ponencias ya han abordado algunas de las causas históricas de la marginalidad de la IV Internacional, nacida en condiciones extremas de persecución por el estalinismo y el fascismo, con el asesinato del propio Trotsky y otros importantes dirigentes al cabo de pocos años. Preguntarse por la vigencia de las tareas históricas de la IV Internacional, además de implicar un examen de las causas de las derrotas y dificultades del movimiento trotskista para construir direcciones políticas revolucionarias con influencia de masas, sobre todo pasa por contrastar las tareas que la IV Internacional estableció para sí misma con el mundo de hoy, ocho décadas después. 

La caída de la URSS y la restauración del capitalismo a fines del siglo XX en los países en los que la burguesía había sido expropiada, indudablemente tuvo un impacto político muy profundo al no lograrse en ninguno de estos países un régimen de democracia obrera que preservara las conquistas sociales y la expropiación de la burguesía. Para concluir que hubo restauración capitalista nos basamos en los criterios por los que durante la NEP Lenin y Trotsky consideraban que la URSS seguía siendo un Estado obrero: el monopolio estatal del comercio exterior, la planificación económica estatal y la estatización de los sectores fundamentales de la economía. 

Esta restauración del capitalismo implica que en países como China, donde el Partido Comunista gobierna aliado a las transnacionales o Rusia, bajo el gobierno derechista de Putin, lo que está planteado es la necesidad de una nueva revolución socialista. En estos países, ante las confusiones y regresiones políticas que han resultado de la generalizada y errónea asociación del socialismo con la experiencia estalinista, el trotskismo puede jugar un rol importante en la realización de un balance marxista de esos procesos históricos para que la clase trabajadora y los sectores oprimidos se doten de valiosas herramientas teóricas y necesarias lecciones políticas. 

La independencia de clase como principio rector de una política revolucionaria y el internacionalismo, a nuestro entender, justifican la vigencia del proyecto de una organización revolucionaria que reúna a partidos y militantes revolucionarios de todos los países. Mientras no surja un fenómeno de la lucha de clases que lleve a un nuevo y amplio reagrupamiento principista de los revolucionarios que replantee la cuestión de la denominación, se justifica que el proyecto se siga denominando Cuarta Internacional. 

El capitalismo de hoy indudablemente se distingue del que existía en 1938 en varios aspectos notorios, pero de ninguna manera ofrece la perspectiva de una evolución pacífica y gradual al socialismo como la que imaginaron los revisionistas socialdemócratas. Tampoco se ha confirmado la hipótesis de que en los países semicoloniales o coloniales existan burguesías progresistas o antiimperialistas, llamadas según el etapismo estalinista a conducir procesos de liberación nacional. Por el contrario, se ha reafirmado que la burguesía no puede jugar un papel revolucionario o progresista en ninguna parte, en nuestros países periféricos la burguesía sigue siendo, para usar la expresión del Che Guevara, “el furgón de cola del imperialismo”. 

La crisis de los gobiernos autodenominados progresistas en América Latina, o el rol adoptado por Syriza desde el gobierno griego como continuador del ajuste impuesto por la Unión Europea, también confirman las limitaciones del nacionalismo burgués y los proyectos de colaboración de clases. El caso más dramático es el de Venezuela, donde más del 10% de la población ha tenido que abandonar el país en los últimos cinco años, huyendo del ajuste y la miseria, y donde actualmente el imperialismo aplica sanciones económicas que agravan aún más el sufrimiento del pueblo. Es urgente repudiar las sanciones económicas, las amenazas de agresión militar y el intento de golpe sin por ello dejar de mantener una posición de independencia de clase, de solidaridad con los trabajadores venezolanos y de reivindicación del derecho que sea el pueblo el que decida quién gobierna. También repudiar la reactivación de cláusulas de la Ley Helms-Burton contra Cuba. 

Pese al crecimiento económico posterior a la segunda guerra mundial, bajo el capitalismo se ha alcanzado actualmente los mayores niveles de desigualdad de la historia, en un proceso de depauperación relativa, y en no pocos casos absoluta, de los trabajadores que se agudiza. La crisis económica internacional de 2007, cuyo espectro sigue rondando el mundo, evidencia la persistencia cíclica de burbujas financieras y otras expresiones derivadas de la tendencia la caída de la tasa de ganancia. Esta tendencia intenta ser revertida mediante terribles ataques a las conquistas de los trabajadores, aumentando la explotación y recortando derechos mediante contrarreformas laborales y de la seguridad social. 

El proceso de concentración de capital y la interdependencia entre los países imperialistas y China, como procesos estructurales, han aminorado la posibilidad de confrontaciones militares entre ellos. No por ello el capitalismo ha dejado de ser un colosal destructor de fuerzas productivas, como lo evidencia la gran crisis ambiental generada por la depredación que es inherente a este sistema. Solo una economía socialista, democráticamente planificada, puede llegar a ser sostenible ecológicamente. 

Además de ello, vemos fenómenos políticos como el genocidio en Siria por parte de un régimen sostenido militarmente por Rusia e Irán, y los bombardeos indiscriminados contra la población civil por parte de EEUU con el pretexto de luchar contra ISIS. El crecimiento de la derecha racista en Europa y en EEUU, donde gobierna un empresario abiertamente racista y misógino. En ese país hay un proceso de polarización en el que también crecen expresiones hacia la izquierda, como la simpatía entre sectores de la juventud por el socialismo. 

Las grandes rebeliones del Norte de África y el Oriente Medio, iniciadas en 2011, tuvieron un enorme impacto. El proceso tuvo grandes retrocesos con el golpe militar en Egipto, el asesinato de alrededor de medio millón de civiles sirios y el desplazamiento forzado de millones más, la invasión saudí de Bahrein y Yemen, o el aplastamiento de las luchas de los saharauis y bereberes por parte de la monarquía marroquí, no obstante hemos visto con las enormes rebeliones recientes en Argelia y Sudán, que siguen abriéndose procesos revolucionarios en esa región. La enorme combatividad de los pueblos y los trabajadores sin la conducción estratégica de una organización revolucionaria resulta insuficiente para producir los cambios de fondo que subyacen a estos grandes procesos de movilización, por lo tanto creemos que sigue siendo una tarea imprescindible la de construir partidos revolucionarios. 

Las mujeres en países como Argentina han puesto en pie poderosos movimientos en lucha por sus derechos. Sectores oprimidos como los inmigrantes y refugiados también cobran un mayor protagonismo. Pueblos indígenas y campesinos alrededor del mundo resisten a la depredación capitalista del ambiente. Los pueblos colonizados siguen luchando por el derecho a la autodeterminación nacional, como en el caso de Palestina bajo el yugo sionista. 

En medio de grandes oportunidades para la intervención en la lucha de clases, peligros y desafíos, creemos que sigue siendo posible y necesario construir un partido revolucionario mundial para luchar contra un sistema que también es mundial. Por todo ello creemos que sigue vigente el proyecto de la IV Internacional.

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