La
clase trabajadora francesa nuevamente se ha puesto de pie contra el
gobierno del liberal Macron. Más de un millón de personas se movilizaron
en unas cuarenta ciudades contra el gobierno y su proyecto de reforma
jubilatoria. Más del 90% de los viajes en trenes de alta velocidad y el
80% en los trenes regionales, así como el 20% de los vuelos comerciales,
fueron suspendidos.
La huelga es indefinida y su extensión se votará diariamente, por lo
que está planteado que sea la más importante desde la huelga de 1995 que
derrotó la reforma jubilatoria de Chirac.
Los
sindicatos de la Red de Transporte Público Parisino y la Sociedad
Nacional de Ferrocarriles Franceses venían realizando paros desde
septiembre y desde octubre convocaba a este paro general. Se suman
funcionarios públicos, trabajadores de la salud, bomberos, docentes,
trabajadores del gas y la electricidad, de las refinerías, automotrices y
controladores aéreos. Con una base obrera radicalizada, de la que más
del 70% apoya la huelga, no están garantizados los servicios mínimos por
sector. A contravía de ello, la central sindical CFDT boicotea la
huelga, mientras que la burocracia de la CGT apoya la convocatoria pero
con el discurso de que cada trabajador debe decidir por sí mismo si se
suma a la huelga, en vez de agitar la necesidad de una huelga general no
solo contra la reforma jubilatoria sino para derrotar todas las
contrarreformas y al propio Macron, odiado por la mayoría del pueblo
trabajador. Es posible liquidar la reforma del seguro de desempleo que
significa recortes importantes a la cobertura que brinda, las
privatizaciones, las reformas educativas que restringen el acceso a la
educación universitaria, e incluso forzar la salida de Macron. Todas
esas son demandas sentidas por la mayoría de los trabajadores.
Como
sucesor del socialdemócrata Hollande, quien culminó su gobierno
desgastado por el masivo movimiento contra la reforma conocida como “Ley
El Khomri”, Macron ha encabezado un gobierno débil desde el primer
momento. Capitalizó un voto útil contra la extrema derecha pero sin
apoyo significativo para acometer su proyecto ajustador. Ya en
septiembre de 2017 enfrentó su primera gran huelga. En el marco de la
lucha de los chalecos amarillos, iniciada en noviembre de 2018, enfrentó
dos huelgas generales, en diciembre del año pasado y febrero de este
año. Se hundió en un gran desprestigio por la brutal represión ejercida
contra las protestas. Ni con el garrote ni cediendo parcialmente a las
demandas sociales ha podido desactivar la movilización. No se ha
atrevido a hacer público el contenido de su reforma jubilatoria, solo
adelantando que se trata de una igualación hacia abajo, mediante un
sistema único “por puntos”, eliminando los 42 regímenes especiales que
distintos sectores de la clase trabajadora han conquistado.
Tanto
la izquierda como sectores de la derecha, entre ellos el partido
nacionalista de derecha RN, apoyaron el llamado a huelga. Sin embargo,
la dirigente derechista Le Pen por su prontuario antisindical no se
presentó en las movilizaciones. Luego de la masiva movilización del 10
de noviembre contra la islamofobia y el racismo, la marea no es la más
favorable para la derecha. La situación es propicia para construir una
alternativa obrera y popular, levantando un programa económico y social
que represente una verdadera salida de fondo, anticapitalista y
socialista.
La
lucha de los trabajadores converge con el movimiento de los chalecos
amarillos, que convocó a 245 movilizaciones el jueves, al inicio de la
huelga general, así como a su tradicional movilización de todos los
sábados. Desde su irrupción en la escena nacional en noviembre del año
pasado, el movimiento de los chalecos amarillos derrotó el aumento del
combustible que intentó aplicar el gobierno y le arrancó al gobierno
ciertas concesiones, como un aumento del salario mínimo. Ha sido quizás
el punto de ignición de un proceso de protestas y rebeliones a nivel
mundial que en el último año ha recorrido gran parte de Latinoamérica y
el Caribe, el Norte de África y el Medio Oriente, Hong Kong, ahora con
Chile como su expresión más extendida y profunda. En ese marco, con una
crisis del sistema capitalista que a más de una década de su inicio no
se ha cerrado, la lucha de los trabajadores franceses contra el intento
del gobierno liberal de descargar sobre sus hombros el peso de la crisis
con nuevos recortes a sus derechos, es parte de una lucha cuyo carácter
mundial es cada vez más marcado.
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