Simón Rodríguez P.
El asesinato de George
Floyd, a manos de la policía de Minneapolis, a fines de mayo, desató una
rebelión popular contra el racismo y la brutalidad policial. Han pasado seis
semanas y todavía no hay un día sin marchas en las principales ciudades, se
perfila otro verano rebelde como el de 1967. Se trata de las manifestaciones
más grandes desde las movilizaciones contra la invasión a Vietnam, millones
salieron a las calles de más de seiscientas ciudades estadounidenses.
Estados Unidos es el
país más castigado por la pandemia, con 2,7 millones de casos y 130.000
muertos, subiendo a un ritmo de alrededor de mil fallecimientos y cincuenta mil
casos por día, debido a que la cuarentena se aplicó de manera tardía y
limitada. Los capitalistas y el gobierno efectuaron 42 millones de despidos y
la caída del PIB fue de 11% en el segundo trimestre. Ante el desastre
propiciado por el propio gobierno, la respuesta fue privilegiar los rescates a
los grandes multimillonarios. La rebelión antirracista encauza el gran
descontento existente ante esta situación.
Los paralelismos con la segunda
mitad de los años '60, época cuya influencia reconoce gran parte del activismo
joven, no se agotan en la masividad y radicalidad de la lucha antirracista. O
la intensidad de la represión, con al menos quince personas asesinadas, cientos
de heridos y más de diez mil detenciones en las protestas. También está la
ausencia de organizaciones políticas que coordinen y unifiquen las demandas del
movimiento. Las masas produjeron un desborde que los viejos aparatos políticos
y sindicales no pueden frenar. Una muestra es que el domingo 7 de junio hubo
treinta convocatorias distintas en la ciudad de Nueva York a movilizaciones, lo
cual muestra la extensión y vitalidad del movimiento, pero también su falta de
coordinación.
A pesar de ello, al cabo de seis
semanas de protestas, se han logrado concesiones por parte de las autoridades,
incluso algunas que habrían resultado impensables hace pocos meses. La
acusación contra el asesino de Floyd, el policía Chauvin, se modificó, de
homicidio involuntario pasó a calificarse como homicidio en segundo grado, y
los tres agentes que estaban con él también fueron acusados. Miles de policías
a lo largo del país renunciaron o solicitaron jubilaciones adelantadas,
escarmentados por la movilización.
Por la acción de la gente, o de las
autoridades, se removieron decenas de estatuas de militares racistas,
esclavistas o representantes del colonialismo. El estado de Mississippi decidió
retirar de su bandera el emblema confederado, utilizado por el bando esclavista
durante la guerra civil estadounidense.
La rebelión golpea a Trump
La fuerza de la movilización también
hizo surgir divisiones entre los militares, echando por tierra las intenciones
de Trump de recurrir al ejército para aplastar las protestas. Los toques de
queda y los despliegues de la Guardia Nacional fracasaron en su propósito de
poner fin a las movilizaciones y fueron levantados. Los intentos de Trump de
mostrarse como inflexible defensor del orden y la ley burguesa se volvieron en
su contra. Cuando citó al jefe de policía racista Headley, que en 1967 dijo que
“cuando se inician los saqueos, se inician los tiroteos”, hubo un gran repudio.
Mientras tanto, algunos policías se arrodillaban para intentar aplacar a las
masas enardecidas y lavar un poco su imagen.
“Tienen que vengarse. Tienen que
dominar. Tienen que detener a la gente y llevarla a juicio y hacer que vayan a
la cárcel durante mucho tiempo”, exigió desesperado Trump a los gobernadores.
Huyendo hacia adelante decidió criminalizar al antifascismo y clasificarlo como
una forma de terrorismo, mientras ignora al verdadero terrorismo racista de
extrema derecha y tolera sus concentraciones armadas. Pero en su desesperación
profundiza la crisis de su propio partido.
Hoy las encuestas muestran al
presidente en sus niveles más bajos de apoyo popular desde el comienzo de su
gobierno, por debajo del 40%. Su intento de realizar un acto multitudinario en
Tulsa en junio fue un fracaso estrepitoso, más de un millón de jóvenes
reservaron asientos pero no asistieron y dejaron al magnate-presidente hablando
ante un auditorio semivacío.
El Partido Demócrata, el otro pilar
del orden capitalista, ha auxiliado al gobierno promoviendo pequeñas
concesiones a los manifestantes y acatando hasta cierto punto, las exigencias
represivas de Trump. Garantizó grandes despliegues de la policía y de la
Guardia Nacional en los estados donde gobierna. Obama emitió mensajes ambiguos
en los que elogiaba las protestas pero criticaba a sus elementos violentos,
defendiendo al mismo tiempo a los cuerpos policiales y exculpando a la mayoría
de sus miembros de la brutalidad y el racismo. Sanders llamó a realizar
reformas en los protocolos policiales y a incrementar salarios para
“profesionalizar” a las fuerzas policiales. El candidato presidencial demócrata,
Joe Biden, por su parte, aunque condenó el racismo, también hizo la singular
propuesta de que los policías disparen a las piernas y no al torso de los
delincuentes. El divorcio con los manifestantes es abismal.
Contra la policía
Las exigencias de desfinanciar a la
policía o incluso abolirla reflejan el profundo odio a esa institución
fundamental de la represión burguesa en un país que gasta más de 115.000
millones de dólares anuales en sus cuerpos policiales. En algunas ciudades el
gasto en la policía representa alrededor de la mitad del presupuesto municipal,
mucho más de lo que se invierte en servicios públicos. El Congreso ya inició la
discusión de medidas para limitar el acceso a armamento y equipos militares por
parte de la policía. El concejo municipal de Minneapolis acordó disolver la
policía y sustituirla por una fuerza "comunitaria". La policía de Los
Ángeles sufrió un recorte de 150 millones de dólares a su presupuesto de 1.800
millones de dólares pero el movimiento exige una reducción de más del 85%. Las
autoridades proponen un recorte de mil millones de dólares a la policía de
Nueva York, de un presupuesto de 6.000 millones, los manifestantes piden más.
En Nueva York, además, se abrieron a la consulta pública los archivos
disciplinarios de la policía y se eliminó un departamento de policías
encubiertos notoriamente racista. La policía también ha sido expulsada de
numerosas escuelas. Todas estas son conquistas de la lucha.
El sistema penitenciario, que abarca
desde los campos de concentración para inmigrantes hasta las cárceles
privatizadas y donde se imponen trabajos forzados a las personas recluidas para
el beneficio de las empresas carcelarias, también es denunciado en las
protestas. La población penitenciaria de los EE.UU. es la más alta del mundo,
con más de dos millones de presos, 655 reclusos por cada 100.000 personas.
Más del 50% de los estadounidenses
estuvieron de acuerdo con la quema del cuartel policial de Minneapolis, según
distintas encuestas. Surgieron algunos campamentos permanentes en Seattle,
Nueva York y otras ciudades. Es visible la dinamización del movimiento obrero,
incorporado a la lucha. Sindicatos del transporte se negaron a trasladar
represores y personas detenidas. En muchos restaurantes los trabajadores se
negaron a preparar comida para los policías y hubo huelgas portuarias en
solidaridad con la lucha antirracista.
Justicia para George Floyd y castigo a sus
asesinos
Los socialistas revolucionarios
participamos en la lucha exigiendo cárcel y castigo ejemplar para los policías
que mataron a George Floyd y todos los policías racistas y asesinos. Otra
demanda fundamental pasa a ser la libertad para todas las personas encarceladas
por protestar en esta rebelión. El cuestionamiento a los cuerpos represivos y
al sistema penitenciario es fundamental. El Estado burgués siempre será
represivo y no es cuestión de cambiarle el nombre a la policía agregándole el
término “comunitaria”. Es muy importante levantar exigencias con miras a
desmontar el lucrativo negocio carcelario y sus prácticas más brutales, como el
trabajo forzado, eliminando la privatización, así como reducir
significativamente el número de personas encarceladas, sin por ello dejar de
exigir cárcel para los racistas y represores, los corruptos y ladrones de
cuello blanco. Reclamar el cierre de todos los campos de concentración de
inmigrantes en los que se recluye a personas que no cometieron ningún delito,
solo por no tener documentación o solicitar refugio. Recortar drásticamente,
como lo exige Black Lives Matter en Los Angeles y otras ciudades, el
presupuesto policial, lo que permitiría, junto con impuestos a las grandes
fortunas, proporcionar dinero para la salud pública gratuita y de calidad en el
marco de la pandemia, así como asistencia social para quienes la precisan. Para
reducir la superpoblación penitenciaria exigimos una amnistía a las víctimas de
la criminalización de la pobreza, entre ellas cientos de miles de personas pobres
encarceladas por delitos relacionados con tenencia de drogas, en su mayoría de
minorías discriminadas racialmente.
Racismo estructural
La declaración de la UIT-CI del 30
de mayo señala algunos de los síntomas que revelan la naturaleza clasista y
racista del Estado imperialista estadounidense: “EE.UU. se levantó como
potencia sobre la base de cientos de años de esclavismo y mantuvo leyes de
segregación racial parecidas a las del apartheid hasta la década de 1960.
Varios estados aplican políticas diseñadas para negar el derecho al voto a la
población negra. Hasta el año 2000, el matrimonio interracial fue ilegal en el
estado de Alabama. Un tercio de los niños negros viven en la pobreza, el
ingreso per cápita de los negros es diez veces menor que el de los blancos. El
27% de los negros viven por debajo de la línea de pobreza. El desempleo, de más
del 10% en la población negra, es más del doble que entre los blancos. Un
estudio de 2017 mostraba que un tercio de los más de dos millones de presos en
EE.UU. son negros. Hay proporcionalmente seis veces más presos negros que
blancos y el doble que los latinos. La probabilidad de que un hombre negro de
bajos ingresos sea encarcelado en algún momento de su vida es mayor al 50%. Las
condenas por consumo de drogas son seis veces más frecuentes contra negros que
contra blancos, aunque la tasa de consumo es igual en ambos grupos. En 2016 la
tasa de asesinatos a manos de los cuerpos represivos fue de 10,13 por millón
entre la población indígena, 6,6 por millón entre los negros, 3,23 entre los
latinos, 2,9 entre los blancos”.
El fenómeno del racismo, inherente
al capitalismo y parte de su historia desde la llamada acumulación originaria
en la época del colonialismo, por la vía del tráfico esclavista y la superexplotación
de la mano de obra esclava, es un fenómeno lamentablemente extendido por el
mundo. Por ello, resonaron internacionalmente las protestas antirracistas
estadounidenses. Cientos de miles de trabajadores y jóvenes protestaron en
todos los continentes y en la mayoría de los países. La UIT-CI participó de
actos en Buenos Aires, Barcelona, Estambul, Santo Domingo y Río de Janeiro,
entre otras ciudades. Esta es otra dimensión de la lucha que resulta de crucial
importancia en la medida en que atravesamos una recesión mundial y la
aplicación generalizada de ajustes para salvaguardar los intereses capitalistas
a costa de la miseria creciente de las mayorías populares y obreras en todo el
mundo. Como en los Estados Unidos, las peleas por reclamos democráticos tendrán
sus causas subyacentes en los malestares generados por la crisis del
capitalismo mundial.
El movimiento negro y las rebeliones
antirracistas en los Estados Unidos
Hubo programas de represión
selectiva, como Cointelpro, cuyo fin era infiltrarse en las organizaciones
negras para destruirlas. Dirigentes como Martin Luther King, Malcom X y Fred
Hampton fueron asesinados como parte de la represión estatal y paraestatal. Otros,
como Mumia Abu Jamal, han pasado décadas tras las rejas, y otros, como Assata
Shakur, tuvieron que exiliarse para huir de la represión y la cárcel.
Expresando a sectores medios
radicalizados, más arraigados en un sentido comunitario que de clase, intelectuales
y organizaciones del movimiento negro realizaron profundas críticas de las
limitaciones de la democracia burguesa yanqui y de sus políticas imperialistas
de agresión contra Vietnam y otros pueblos, así como de las expresiones
ideológicas y culturales racistas y su vinculación con el capitalismo. Estos
son algunos de los antecedentes históricos del movimiento Black Lives Matter
(Las vidas de las personas negras importan), que reivindica la lucha de los '60
y se alimenta de esa tradición antirracista.
* Artículo publicado en el número 45 de la revista Correspondencia Internacional de la Unidad Internacional de Trabajadoras y Trabajadores-Cuarta Internacional (UIT-CI).
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