Engels y el socialismo como superación del antagonismo entre la sociedad y la naturaleza


Simón Rodríguez P.

El mayor reto que tiene la humanidad en esta época es interrumpir el viaje suicida que recorre bajo la ciega conducción de la burguesía mundial, evadir el abismo de la destrucción del ambiente y la extinción masiva. Engels, junto a Marx, alertó acerca de la radical necesidad de restaurar el equilibrio metabólico de la sociedad con la naturaleza, eliminando la explotación humana y el saqueo de recursos naturales.

Cuando en el Manifiesto Comunista, Marx y Engels en 1848, incorporan al programa de diez puntos la gestión colectiva y planificada de la agricultura y su articulación con la producción industrial, tendiendo a la superación gradual del antagonismo entre el campo y la ciudad, se estaba fijando una tarea estratégica (1).

De los dos, fue Engels fue quien hizo las primeras aproximaciones al problema de la destrucción de la naturaleza. Ya los 18 años había escrito sobre la desigualdad social y los problemas ambientales en su ciudad natal de Barmen, sobre los ríos enrojecidos por los desechos de las tintorerías y los trabajadores que respiraban “más vapor de carbón que oxígeno”, con la consecuencia de una extensión de las enfermedades respiratorias “a una escala difícil de concebir”. Su primer escrito importante, el Esbozo de la crítica de la economía política de 1843 relaciona el afán de lucro capitalista y la degradación de la naturaleza (2).

En los Manuscritos Económico Filosóficos, un año después, Marx consigna que la propiedad privada de los medios de producción es el resultado del trabajo enajenado, de una relación enajenada del trabajador con la naturaleza y consigo mismo, de la cual el socialismo sería la superación (3). Engels escribe La situación de la clase obrera en Inglaterra en 1845, dando cuenta de las durísimas condiciones de vida del proletariado, incluyendo la precariedad ambiental y la insalubridad de los barrios, con aguas y aires contaminados (4).

Marx plasmaría en El Capital la noción de fractura metabólica, bajo la influencia del fisiólogo alemán Justus von Libieg. Este científico, estudiando la segunda revolución agraria del imperio británico, introdujo en 1840 introdujo el concepto de proceso metabólico, que adquirió luego gran importancia en la bioquímica y en la ecología. Libieg describía un ciclo en el que los nutrientes del suelo pasan de las plantas a los animales que las consumen y retornan en forma de desechos; la disrupción de este proceso por la extracción de los alimentos hacia las ciudades implicaba un saqueo de nutrientes que luego se intentaba subsanar mediante otro saqueo, importando guano de Perú, huesos de las catacumbas sicilianas, y otros abonos. En El Capital, se alerta sobre esta ruptura metabólica capitalista, señalando la destrucción de los bosques y la creciente concentración de la población en centros urbanos que intensifica los daños al suelo y “destruye tanto la salud física de los trabajadores urbanos como la vida espiritual de los trabajadores agrícolas”. Marx asevera que solo es posible acceder al reino de la libertad, contrapuesto al de la necesidad, sobre la base de una regulación racional del intercambio de materias primas con la naturaleza, intercambio que la sociedad colocaría “bajo su control común, en vez de dejarse dominar por él como por un poder ciego”. La producción capitalista destruye sus fuentes de riqueza, la naturaleza y la persona trabajadora (5).

Atentos a las consecuencias sociales de este desequilibrio ambiental inherente al modo de producción capitalista, Marx y Engels denunciaron, por ejemplo, que había sido el modelo económico impuesto por los colonizadores ingleses el que había generado el agotamiento del suelo en Irlanda y la hambruna de 1846 (6).

En la Contribución al problema de la vivienda (1873), Engels retorna al tema de la contaminación de las ciudades: en Londres solamente, se arroja cada día al mar, haciendo enormes dispendios, mayor cantidad de abonos naturales que los que produce el reino de Sajonia, y qué obras tan formidables se necesitan para impedir que estos abonos envenenen toda la ciudad (…) Incluso Berlín, que es relativamente pequeña, lleva ya por lo menos treinta años ahogándose en sus propias basuras”. Solo cuando la ciencia corrobora que las epidemias originadas en los precarios barrios obreros luego se extienden a los hogares burgueses y “el ángel exterminador es tan implacable con los capitalistas como con los obreros”, las autoridades emprenden iniciativas para atenuar las amenazas más graves a la salud pública. “(A) pesar de esto, el régimen social capitalista sigue reproduciendo las plagas que se trata de curar (…) Lejos de poder remediar este antagonismo (entre el campo y la ciudad) la sociedad capitalista tiene que aumentarla cada día más”. Engels ridiculiza a quienes pretenden “conservar la base de todos los males de la sociedad presente, queriendo al mismo tiempo poner fin a estos males”, en definitiva, solo la abolición de las relaciones de producción capitalistas puede allanar el camino a la solución de los apremiantes problemas sociales y ambientales como el déficit crónico de vivienda o la insalubridad de las ciudades superpobladas (7).

Obras como el AntiDuhring (1878) y Del socialismo utópico al socialismo científico (1880) igualmente abordan la destrucción de la naturaleza en el capitalismo, la necesidad de lograr un desarrollo armónico sobre la base de una planificación económica democrática socialista (8). Pero quizás es en la Dialéctica de la naturaleza, obra de magnífica erudición publicada póstumamente, donde Engels nos lega su más penetrante alegato contra la burguesía y el modo de producción capitalista, en lo concerniente a su incompatibilidad con la naturaleza: 

“(la naturaleza) se venga de nosotros por cada una de las derrotas que le inferimos. Es cierto que todas ellas se traducen principalmente en los resultados previstos y calculados, pero acarrean, además, otros imprevistos, con los que no contábamos y que, no pocas veces, contrarrestan los primeros (…) todo nos recuerda a cada paso, que (la humanidad) no domina, ni mucho menos, la naturaleza como un conquistador domina un pueblo extranjero, es decir, como alguien que es ajeno a la naturaleza, sino que formamos parte de ella con nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, que nos hallamos en medio de ella y que todo nuestro dominio sobre la naturaleza y la ventaja que en esto llevamos a las demás criaturas consiste en la posibilidad de llegar a conocer sus leyes y de saber aplicarlas acertadamente (…) Sobre todo desde los formidables progresos conseguidos por las ciencias naturales durante el siglo actual, vamos aprendiendo a conocer de antemano, en medida cada vez mayor, y por tanto a dominarlas, hasta las lejanas repercusiones naturales, por lo menos, de nuestros actos más habituales de producción. Y cuanto más ocurra esto, más volverán los hombres, no solamente a sentirse, sino a saberse parte integrante de la naturaleza y más imposible se nos revelará esa absurda y antinatural representación de un antagonismo entre el espíritu y la materia, (la humanidad) y la naturaleza, el alma y el cuerpo, como la que se apoderó de Europa a la caída de la antigüedad clásica, llegando a su apogeo bajo el cristianismo (…) Ahora bien, para lograr esta regulación no basta con el mero conocimiento. Hace falta, además, transformar totalmente el régimen de producción vigente hasta ahora y, con él, todo nuestro orden social presente. Todos los sistemas de producción conocidos hasta ahora no tenían otra mira que el sacarle un rendimiento directo e inmediato al trabajo. Se hacía caso omiso de todos los demás efectos, revelados solamente más tarde, mediante la repetición y acumulación graduales de los mismos fenómenos (…) Allí donde la producción y el cambio corren a cargo de capitalistas individuales que no persiguen más fin que la ganancia inmediata, es natural que sólo se tomen en consideración los resultados inmediatos y directos. El fabricante o el comerciante de que se trata se da por satisfecho con vender la mercancía fabricada o comprada con el margen de ganancia usual, sin que le preocupe en lo más mínimo lo que mañana pueda suceder con la mercancía o su comprador. Y lo mismo sucede con las consecuencias naturales de estos actos” (9).

Artículo publicado en la revista Correspondencia Internacional, editada por la UIT-CI.

Fuentes

1.- Karl Marx y Friederich Engels, Collected Works Volume 6. Lawrence & Wishart, 2010

2.- Michael Roberts, Engels on nature and humanity. https://thenextrecession.wordpress.com/2020/04/02/engels-on-nature-and-humanity/ consultado el 26 de octubre de 2020

3.- Karl Marx, Escritos de Juventud. Fondo de Cultura Económica, 1982

4.- Friederich Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra. Marxists Internet Archive Publications, 2019

5.- John Bellamy Foster, La ecología de Marx. Ediciones de Intervención Cultural/El Viejo Topo, 2000

6.- Karl Marx y Friederich Engels, Ireland and the Irish question. Progress Publishers, 1978

7.- Friederich Engels, Contribución al problema de la vivienda. https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/vivienda/index.htm consultado el 26 de octubre de 2020

8.- Friederich Engels, La revolución de la ciencia de Eugenio Düring. https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/anti-duhring/index.htm Consultado el 27 de octubre de 2020

Friederich Engels, Del socialismo utópico al socialismo científico. https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/dsusc consultado el 27 de octubre de 2020

9.- Friederich Engels, Dialéctica de la naturaleza. Editorial Grijalbo, 1961

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