Simón Rodríguez P.
El 6 de diciembre se realizó la elección de los miembros de la Asamblea Nacional (AN), el parlamento unicameral venezolano. La campaña fue casi inexistente en gran parte del país y pocos votantes concurrieron a las urnas. En muchos lugares las filas para adquirir gasolina eran mucho más largas que las filas para votar. Según las cifras oficiales, la abstención fue del 69,5%. Encuestadoras estimaron que la verdadera abstención estaría entre 80%y 90%. Los medios estatales venezolanos, rusos e iraníes, así como medios chavistas en EEUU y Europa, presentaron el resultado como un triunfo épico de Maduro. Sin duda es una nueva vuelta de tuerca del régimen dictatorial burgués venezolano, al hacerse con el control de la última institución que no controlaba totalmente. Pero el resultado electoral estaba garantizado antes de la votación. Veamos cuáles fueron los mecanismos por medio de los cuales un apoyo popular que escasamente alcanza el 14% se tradujo en una mayoría del 92% de la AN.
La elección de un parlamento sin funciones
La alta abstención indica que la mayoría trabajadora entendió
la intrascendencia de la elección. Votar no podía tener ninguna incidencia en
la desastrosa situación nacional debido a que el parlamento había sido de facto
privado de todas sus funciones desde hace varios años.
En 2015 se realizó la última elección en la que hubo
algún tipo de contienda. El voto castigo de millones de venezolanos de los
barrios populares, que repudiaban el ajuste económico empobrecedor aplicado por
Maduro al reducir las importaciones de alimentos y los salarios para pagar
deuda externa, y en rechazo a la creciente represión, le dio dos terceras
partes de la AN a la coalición opositora de centroderecha, la
Mesa de la Unidad Democrática (MUD).
El chavismo decidió desconocer el resultado, usando al
Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) bajo su control para anular la elección de
los cuatro diputados del estado Amazonas, liquidando de esa forma la mayoría de
dos tercios. Mediante fallos del TSJ, entre ellos una declaración de “desacato”,
anuló todas las competencias del parlamento, desde redactar leyes hasta interpelar
a funcionarios del gobierno. En los hechos llevó a cabo un golpe y concentró
esas competencias en el poder Ejecutivo. Eliminó las garantías constitucionales
valiéndose del apoyo de las Fuerzas Armadas, cuyo poder dentro del gobierno
aumentó considerablemente.
La MUD capituló a las decisiones del TSJ e incluso
aceptó que el gobierno bloqueara la realización de un referendo revocatorio en
el año 2016, mecanismo contemplado en la constitución venezolana que hubiera
sacado por medio de los votos a Maduro del poder. Todo ese año lo dedicó a
negociaciones turbias con el gobierno. Pero en marzo de 2017, Maduro, confiado
por la pasividad de esa oposición, decidió asumir la facultad de legislar y
entregar concesiones petroleras de manera directa. Se excedió y propició protestas
populares que rebasaron totalmente a los partidos opositores y se transformaron
en una auténtica rebelión popular. Maduro la aplastó a sangre y fuego luego de
tres meses de movilizaciones, saqueos y enfrentamientos con las fuerzas
represivas, tanto militares como paramilitares. Más de cien personas fueron asesinadas y miles detenidas y centenares torturadas.
La traición de la MUD a las protestas, optando por
negociar con el gobierno y condenando las acciones más radicalizadas del pueblo,
como los saqueos, la hundió en un desprestigio tan grande que se disolvió poco
después. El gobierno aprovechó su triunfo sangriento para imponer un nuevo
órgano dictatorial, la Asamblea Nacional Constituyente (ANC). Un organismo supraconstitucional
integrado únicamente por miembros del partido oficial. Fue el resultado a su
vez de la primera elección fraudulenta, sin oposición, y el modelo para las
siguientes. Por increíble que parezca, hasta el día de hoy no se han publicado
los resultados detallados de esa elección. Por medio del establecimiento de un
cupo de miembros que serían elegidos por corporaciones chavistas, como la ultra
patronal Central Bolivariana Socialista de Trabajadores, así como la sobre
representación de los distritos rurales, el gobierno se aseguraba de antemano
una mayoría absoluta de miembros incluso si obtenía una pequeña minoría de los
votos.
La ANC no redactó ninguna constitución nueva, como era
su objetivo declarado, en los tres años que funcionó. En cambio, removió y
designó autoridades, allanó la inmunidad parlamentaria a diputados de la AN,
redactó leyes para restringir los derechos democráticos establecidos en la
constitución, como la llamada “Ley contra el odio”,
leyes para habilitar grandes privatizaciones y entregas de recursos naturales a
empresas privadas nacionales y transnacionales,
convocó elecciones fraudulentas y modificó normas electorales. Fue un brazo del
poder dictatorial de Maduro.
Que la AN haya sido totalmente vaciada de sus
funciones y se le haya superpuesto una ANC de poderes ilimitados, ya hacía de
la elección del 6 de diciembre una farsa completa. En ese marco fue que mayor parte de la oposición, tanto la representada en la AN saliente como la extraparlamentaria y la oposición de izquierda, boicoteó la elección. Un sector de la centroderecha, encabezado por Capriles, intentó negociar condiciones electorales para participar pero no obtuvo concesiones significativas del gobierno. La ANC solo fue disuelta una
vez que el gobierno pudo apoderarse de manera fraudulenta de la AN.
El gobierno escoge a los candidatos oficiales y
también a sus “opositores”
Desde el año 2016 el gobierno profundizó su política
de proscribir de la participación electoral a candidatos y partidos opositores.
Entre las elecciones de 2015 y las de 2020, la cantidad de partidos nacionales
en el tarjetón electoral se redujo de 35 a 26. Pero esta cifra por sí sola es
engañosa. En realidad, en las elecciones de 2015 los partidos opositores
optaron por utilizar una sola tarjeta unitaria, habiendo más de 50 partidos con
legalidad electoral. En esta elección, el único partido que postuló
candidaturas por fuera del control del gobierno fue el Partido Comunista de
Venezuela (PCV), que pese a apoyar a Maduro lanzó candidaturas chavistas disidentes.
Esta acotada disidencia le valió persecuciones, despidos, detenciones
arbitrarias y hostigamiento policial.
Ocho partidos formaron parte de la alianza oficial, de
los cuales la mitad fueron entregados a agentes del gobierno por medio de
intervenciones judiciales para prevenir la posibilidad de que postularan
candidaturas chavistas disidentes, como en el caso del PCV (es el caso de los
partidos PPT, Podemos, Tupamaro y MEP). Las restantes 17 tarjetas electorales corresponden
a organizaciones opositoras intervenidas por el TSJ o que han capitulado al
gobierno. Por ejemplo, la “Alianza Democrática” está integrada por las tarjetas
de Acción Democrática y Copei, partidos burgueses tradicionales intervenidos
por el TSJ, Avanzada Progresista, organización dirigida por el ex chavista
Henri Falcón y que capituló al gobierno, y los evangélicos de extrema derecha
de Esperanza por El Cambio, también vinculados al chavismo por negocios corruptos como el tráfico de combustible.
La “Alianza Venezuela Unida” estuvo integrada por Venezuela Unida y Voluntad
Popular, ambas organizaciones intervenidas, y Primero Venezuela, organización
ligada a Luis Parra, diputado opositor que se autoproclamó en enero de este año
presidente de la AN con apoyo del chavismo y habilitada por el TSJ para esta
elección. Se presentó con los mismos colores y tipo de letra del logo de
Primero Justicia, otra organización opositora que no participó en la elección.
La mayoría de los candidatos pseudo opositores eran
totalmente desconocidos para la mayor parte de la población. Su única función
era darle una apariencia de pluripartidismo al proceso.
La extorsión del hambre
Además de impedir la participación independiente en las elecciones y disuadir a la mayoría que repudia a la dictadura de utilizar el voto como forma de expresión de su posición política, todavía había que presionar a los escasos votantes que asistieron. La ex ministra para el servicio penitenciario y candidata oficialista a la AN, Iris Varela acuñó la consigna “el que no vote, que lo boten”, llamando al despido de empleados públicos.
El presidente de la ANC, el militar Diosdado Cabello, hizo una advertencia, encubierta cínicamente bajo la forma de un chiste, durante un acto de campaña en el estado Carabobo: “El que no vota, no come. Para el que no vote, no hay comida”.
En Venezuela gran parte de la población depende de las
asignaciones de alimentos subsidiados para complementar su dieta cada vez más
restringida debido a la reducción del salario mínimo a un dólar al mes. El 30%
de los niños tiene estatura baja por desnutrición y el 79% de los hogares no puede cubrir el costo de la canasta alimentaria.
Con una contracción económica acumulada desde 2013 de más de 75%, cada vez más
venezolanos dependen de estos subsidios estatales, a su vez cada vez más
exiguos.
De manera sistemática, el gobierno instaló toldos
cerca de los puntos de votación y utilizó el “Carnet de la Patria” para controlar
que los receptores del programa CLAP de alimentos subsidiados estuvieran
votando. La extorsión sirvió para llevar a las urnas a algunos de
los escasos votantes de la jornada.
Representación no proporcional
El Consejo Nacional Electoral, designado por el TSJ y
no por la AN como corresponde según la Constitución, aumentó la
cantidad de escaños de 167 a 277, pero no por ello mejoró la representación
proporcional. El 69,2% de los votos obtenidos por la coalición chavista se
sobrerrepresentaron en 256 diputados, el 92% de los cargos disputados. Los
pseudo opositores de la Alianza Democrática y la Alianza Venezuela Unida
obtuvieron 18 y 2 diputados, respectivamente, mientras que la alianza chavista
disidente encabezada por el PCV obtuvo un diputado.
Descaradamente, el CNE modificó los resultados luego
de publicados para favorecer a dos pseudo opositores que habían quedado sin
cargos, Luis Parra y Timoteo Zambrano.
Si se considera la abstención, la votación del
chavismo equivale, según las cifras oficiales, al 20% del total de votantes del
padrón electoral. La cifra real es incluso menor.
El hundimiento de la oposición pro yanqui
En enero de 2019, aprovechando el carácter fraudulento
de la elección presidencial de 2018, el presidente de la AN se proclamó
“presidente interino”, apadrinado por el gobierno de Trump. El cuasi
desconocido Juan Guaidó levantó expectativas en gran parte de la población,
pero no tardaron en esfumarse. Durante un largo tiempo Guaidó centró su
discurso en que EEUU y “la comunidad internacional” salvarían al país, había
que limitarse a esperar. Apoyó la aplicación de sanciones petroleras que
aumentaron la miseria que ya millones padecían por las políticas de saqueo y
semiesclavitud aplicadas por el chavismo. Junto a su mentor, Leopoldo López,
intentó un golpe de Estado que en realidad debía ser ejecutado por los propios militares chavistas y que previsiblemente fracasó.
Luego vino la aventura fracasada de los mercenarios estadounidenses en mayo de
este año. El Washington Post publicó el contrato con los mercenarios firmado por Guaidó y tuvo acceso a un video que registra el momento de la firma.
Además, el “interino” se vio envuelto en toda clase de escándalos de corrupción,
que incluso lo vincularon a sectores de la boliburguesía.
Las encuestas han reflejado el hundimiento del apoyo a
Guaidó y que el rechazo a las sanciones económicas estadounidenses supera el 70%.
La respuesta de Guaidó a la farsa electoral del 6 de
diciembre fue realizar una consulta electrónica para desconocer la elección,
prolongar el extinto mandato del parlamento saliente y solicitar mayor
injerencia extranjera. Este evento tampoco atrajo el interés de las mayorías
populares.
Contra la injerencia imperialista y la dictadura
cívico-militar
No hubo protestas importantes contra la farsa
electoral del 6 de diciembre. Pero la dictadura cívico-militar está muy lejos
de gozar de una estabilización de su dominio. El país está en ruinas, con una
inflación desquiciada y la producción nacional en caída libre. Bandas
criminales controlan gran parte del país. Todas las semanas hay decenas de
protestas dispersas por todo el territorio.
Entre los aliados internacionales de Maduro se cuentan
carniceros reaccionarios como el dictador sirio, Bashar Al Assad, el régimen
teocrático de extrema derecha de Irán, Recep Erdogan de Turquía, o el gángster
Vladimir Putin. Irónicamente, también una parte de la izquierda internacional
apoya a Maduro y valida sus políticas antiobreras y antipopulares bajo un falso
discurso “antiimperialista” e incluso “socialista”. No hay nada más alejado del
socialismo que la política de privatizaciones y saqueo que llevan a cabo Maduro
y sus militares corruptos, con sus consecuencias de desigualdad social extrema.
Tal como plantea el Partido Socialismo y Libertad,
desde la oposición de izquierda: “al pueblo venezolano solo le queda un camino,
el de la lucha y la movilización. Es un imperativo organizarnos en las
comunidades, fabricas, empresas y universidades. Unir las distintas luchas que
vienen dando los trabajadores y trabajadoras, y procurar empalmar con las
protestas que las comunidades vienen haciendo por los pésimos servicios
públicos”.
Desde los sectores revolucionarios y democráticos
debemos continuar denunciando las sanciones económicas de Trump que desangran a
Venezuela, sin dejar de defender las libertades democráticas del pueblo
venezolano, partiendo del elemental derecho a la alimentación y a recibir un
salario que no sea meramente simbólico a cambio de su jornada de trabajo. Tendría
un gran valor que la izquierda estadounidense se deslindara de los turistas “progres”
que visitan el país para escribir elogios a la dictadura y tomarse selfies en
restaurantes de lujo. Que quienes se reclaman antiimperialistas denuncien a las
empresas estadounidenses y europeas como Chevron y Total, que pagan salarios de
menos de 15 dólares al mes a los trabajadores petroleros venezolanos, aprovechando
las condiciones laborales de semiesclavitud impuestas por Maduro. Levantemos la
voz por los presos políticos como Rodney Álvarez, obrero que lleva más de 9
años preso sin derecho a juicio, por los trabajadores petroleros presos, como
Bartolo Guerra, Aryenis Torrealba y Alfredo Chirinos,
y por los activistas de izquierda víctimas de desaparición forzada, como Alcedo Mora,
por los dirigentes indígenas asesinados por la policía chavista, como Sabino Romero,
o por los miles de jóvenes ejecutados extrajudicialmente cada año por los
escuadrones de exterminio chavistas.
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